lunes, 13 de octubre de 2014

CRÓNICA DE UNA MAÑANA INUSUAL

Mucho trueno se avecina.
¿Qué nos depara la noche?
¿Sueños plagados de historias?
¿Ruidos de chapa imprecisos?

Noche de tormenta plena
donde desvelan los monstruos,
donde palpita el suburbio,
y algunas almas ensueñan...




Estaba despierta ya desde antes de que sonara el despertador. La furiosa tormenta que azotaba la región la había sacado de un sueño placentero más de una vez aquella noche. Previendo que sería una jornada más complicada de lo habitual, decidió levantarse antes si quería llegar a tiempo a su trabajo.

Vistió jeans, botitas y piloto. Buscó su paraguas y espió por la ventana que había quedado entreabierta la noche anterior. Todo el pasillo estaba empapado por el agua de lluvia que había entrado por allí. Sopesó las posibilidades que tenía de llegar en buen estado a destino. La calle estaba llena de agua sucia, que desbordaba los cráteres que ya eran parte del paisaje. El pavimento era un lujo vedado en ese barrio, a pesar de algunas promesas de larga data.

Aseguró su calzado atándose bolsas de supermercado hasta las pantorrillas y, desafiando la cortina de agua y el riesgo de resbalarse en el barro, salió de la casa. Tenía dos caminos posibles: a la derecha continuaba la calle de tierra, que en algunos sectores era más baja que la línea de las viviendas, lo cual hacía prever que estaría bajo el agua; a la izquierda, un tramo breve de tierra pero luego pavimento.

Optó por la segunda, que implicaba un camino más largo, pero supuestamente menos fangoso. Al cabo de cinco minutos se arrepintió de su elección: había olvidado que a dos calles de allí pasaba un arroyito y que solía desbordarse en días más amigables que aquel. Solo diez pasos bastaron para que las bolsas con que pretendía proteger su calzado se hincharan de agua sucia y flotaran indiferentes. Un coche pasó a su lado a demasiada velocidad y la salpicó por el costado, traspasando su piloto azul, más indiferente aún.

La siguiente esquina fue decisiva. A pesar de intentar esquivar las lagunitas que se habían formado, hundió su pierna en un desnivel inesperado. Primero fueron las botitas, luego el piloto, ahora el jean. Y por último, el paraguas no alcanzaba a cubrir la poca superficie seca de su cuerpo. La furia de la lluvia se había ensañado esa mañana con todo y con todos: atacaba de costado, impulsada por el capricho de la sudestada. 

Y así, empapada de la cabeza a los pies, sin poder avanzar más, decidió volver al calor de su hogar. Al menos no se podía negar que lo había intentado.



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