martes, 10 de mayo de 2011

EL ASCENSOR

Los nervios me están royendo. Esta mañana el despertador suena antes de lo habitual, pero claro… no es un día más en mi vida. Largos meses esperando que se produzca la llamada para la entrevista, que por fin estoy a punto de protagonizar.

La ducha caliente me hace bien. Se abren mis poros y circula sangre nueva, que revitaliza, que purifica. Anoche miré el cielo y fui testigo de un eclipse lunar… buena señal… Una más de tantas que estoy aprendiendo a captar para mi beneficio.

Salgo sin desayunar. Hoy evitaré toda incomodidad, incluidas las gástricas. Haré todo lo que pueda hacer para guiar mi camino hacia la meta, que ya vislumbro casi en sus detalles como el inicio de una vida más feliz.

Respirando profundo, ya en la calle, me hago el regalo de viajar en taxi, con mi maletín nuevo, vacío de papeles pero repleto de anhelos. Sé que me demoré más de lo necesario acicalándome, pero todo forma parte del objetivo que -cruzo los dedos- decidí no contar a nadie hasta tener la respuesta definitiva. Mejor así…

Av. Roca al 1600”, leo. Tras los extensos jardines, un enorme edificio se aposta como queriendo intimidarme, sin embargo hoy me siento fuerte y le hago frente. Mi figura se refleja en los cristales de sus ventanas y me miro… Y sí, es lógico que todavía aparezca un resto de temor en mi mirada. ¿Quién dijo que sería fácil? Pero acabo concluyendo que mi presencia será bienvenida, porque el halo de exitismo que me rodea no dará lugar al más mínimo fracaso.

Piso 8”, dice la tarjeta… Bien, tendré que subirme al ascensor… Ufff… es un detalle en el que no reparé en su momento y una oleada de sudor me invade e impregna mi camisa planchada. Miro mi reloj y faltan apenas diez minutos para la hora de la cita, lo que traducido a la próxima acción significa que no tendré tiempo de llegar por las escaleras.

Aspiro, inhalo aire… respiro profundo de nuevo. Se huele mi sudor, mas sopeso en un segundo las posibilidades. Intento disuadir al miedo, no obstante sé que no es miedo sino inseguridad. La situación amerita coraje… Bien, allí vamos…

Subo al ascensor y me quedo solo dentro de la caja. Presiono el botón del piso 8 y empiezo a tararear una canción. “Si aceptan mi candidatura, tendré que subir todos los días… mejor acostumbrarse desde ahora”, me aliento a mí mismo.

Piso dos… piso tres… piso cuatro… y sigo tarareando. Casi llegando al quinto las luces se apagan y el ascensor se detiene con un espasmo violento. En la sacudida, me felicito por no haber desayunado… Miro mi imagen en el espejo buscando animarme y esbozo una sonrisa poco creíble. “Ya va a volver la luz, ya, ya, ya… paciencia…

Pasan dos, tres minutos y la espera se hace interminable. Mis axilas son elocuentes, y se unen a la protesta mi frente, mi espalda, mi cuello… Empiezo a tiritar, mi corazón retumba enloquecido rogando una salida. Pero yo sigo ahí, entre el cuarto y el quinto, solo, sudoroso, asustado, arrepentido.

“¿Qué estoy haciendo acá? ¡Quiero salir! ¡¡¡Por favor, déjenme salir!!!”



Golpeo la puerta atascada, pero nadie me responde. Me desespero inútilmente porque el silencio del otro lado es total. Con mi puño sigo golpeando hasta lastimarme. Y en medio de mi ofensiva, la luz se enciende lacerando mis ojos, y el mecanismo retoma su marcha. Respiro aliviado aunque aturdido, desconcertado, mientras el ascensor sigue su recorrido ascendente.

Al fin en el ocho se detiene y me apuro a bajar. Dos señores me están esperando tras la puerta. Muy amables, me sostienen al ver mi palidez, mientras yo, en vano, deseo que no perciban mi alteración.

─ Por aquí, señor ─ me conducen a una habitación cercana.

Ahora estoy seguro de que aquel lugar será mi nuevo hábitat porque algo en mi interior me lo susurra. Y ya aprendí a escuchar esas voces…

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Con el tiempo, logré que pintaran de colores más alegres las escaleras del enorme lugar -que algunos llaman ‘hospital’-, y así otros camaradas y yo pudimos prescindir totalmente del ascensor. Aquí llevo los mejores años de mi vida, sin mi maletín nuevo -por cierto-, que una vez dejé olvidado entre sus fauces y que no volví a recuperar.



4 comentarios:

Alas al Viento dijo...

harto suspenso........pero vívido que es lo principal, un abrazo, nuevamente he vuelto a escribir, cariños

Patricia López dijo...

Gracias por tu visita. Cariños!

I. Robledo dijo...

Amiga, que pluma tan afilada tienes... Quedé estremecido...

Magnifico relato.

Un abrazo fuerte

Patricia López dijo...

Mi querido Antiqva, qué gran honor me haces! Mil gracias!!!