jueves, 17 de enero de 2008

LA REINA NOCTURNA

La principal peculiaridad en la floración del Mirabilis jalapa, más conocido como Don Diego de noche, Galán de noche, Bella de noche o Don Pedros, es que es nocturna... (http://www.consumer.es/web/es, y http://fichas.infojardin.com/perennes-anuales/mirabilis-jalapa-dondiego-de-noche-galan-noche.htm)



Destacábase solitaria y atractiva la bella flor de las noches. La hermosa flor que de día pliega sus frágiles pétalos y esconde su belleza de la luz del sol, para trocarse en la viviente reina nocturna. La hermosa flor que al llegar el ocaso comienza a despertarse suave, imperceptiblemente, para inundar con su melancólica presencia el ansia de algún curioso caminante en desvelo.

La bella de las noches, la humilde y mediana flor que baña sus sedas transparentes en las minúsculas gotas de rocío. Sin perfumes envolventes, sin una constitución complicada, simplemente: sencilla y cautivante.

Abstraída en su contemplación se hallaba la pequeña Julia, mientras diminutos espejos brillantes se iban dilatando de a poco en el cielo. El sol habíase puesto ya y la luna recuperado su trono.
Las manecitas de la niña acariciaban con curiosa ternura la suavidad de aquella misteriosa revelación, tratando de penetrar en su secreto, de ahondar en sus detalles.

Iluminada por un benévolo rayo de luna, continuaba estática, pensando en una manera de perpetuar aquella imagen, de que esa flor le perteneciera únicamente a ella. Con sumo recato, extrajo de su bolsillo una pequeña navaja y, delineando un círculo en torno a la planta, empezó a excavar con cuidado y precisión. Debía conservar aquel milagro de la naturaleza, que ahora sería suyo.

Retiró delicadamente las raíces débiles cubiertas de tierra pegajosa y, con cariño, tomó entre sus brazos a la planta con su abierta flor y se encaminó hacia la casa por el húmedo sendero que a ella conducía.

En un recipiente de plástico que tomó de la cocina, procedió a llevar a cabo la delicada tarea de apresar nuevamente las raíces, sumándole dos puñados de tierra que trajera consigo en sus bolsillos raídos. La labor de jardinera estaba concluida, y sentíase encantada de poder tener a aquella flor como compañera de habitación. Le dio de beber y la trasladó con apresurado paso a su alcoba, otorgándole el sitio de honor, al costado de la cabecera de su cama.

La satisfacción de Julia crecía a medida que examinaba la humilde pureza de su amiga. Bebía la dicha en el aire, con la marcha acelerada de su corazón infantil, tocaba una y otra vez a su nueva compañera, aspiraba el leve perfume que emanaba, y volvía a sumirse en su absorta contemplación.

Largo rato dedicó sus sentidos a estas emociones, largo rato cavilando acerca de cómo mantener inalterada la belleza de su flor. Horas estuvo, quizás...

Se quedó dormida sin saber cómo ni cuándo, sentada en su lecho y arrullada por la melodía que ejecutaba el viento veraniego entre las ramas de los arbustos. Pero un travieso rayo del sol matutino que entraba por la ventana acariciaba el rostro feliz de la niña dormida, quien despertó de repente, asombrada, tal vez asustada.

Al incorporarse, dirigió sus solícitos ojos a su flor, y no pudo reprimir un ahogado sollozo, una opresión interior que desgarraba su inocente fantasía. La reina de la noche, la bella flor que abría sus brazos, su alma y su encanto a las estrellas se había replegado, y con su capa de seda arrugada y ceñida, parecía haberse olvidado de quien la hiciera su favorita; la presencia de su salvadora le era indiferente.

Y Julia lloró tendida sobre su cama. Lloró por su vana esperanza de que fuera siempre hermosa; lloró por la ingratitud de su flor; lloró por no haberse cuidado de permanecer despierta para no dejarla morir...

3 comentarios:

Giselle dijo...

Quisiera contarte rapidamente una anecdota mia de cuando era apenas una niña de seis años. mi madre me regalo una tortuga muy pequeñita, apenas caminaba. era tan chiquita que me entraba en la palma de la mano. estaba regocijante de alegria, apenas la sostuve, me enamore pedidamente de esa tortuguita. le quise dar lechuga, pero la tortuga no comio, la quise hacer caminar y no camino, y mi madre me dijo que le diera agua. yo quise que tomara mucha agua, para que se sintiera bien y la meti en un balde lleno de agua. la tortuga se murio, y sufri lo mismo que hubiese sufrido si esa tortuga moria diez años despues.
yo misma la enterré con mis pequeñas manos.
Muchas veces el cariño, produce el exceso.
saludos
Gigita

Anónimo dijo...

Precioso...

Un besito, :)

Patricia López dijo...

Gigita: gracias por tu anécdota, porque representa el mismo sentimiento de la niña de mi cuento.

Los pasos que no doy: gracias!