jueves, 18 de julio de 2013

HUMO Y CENIZAS

El aroma a incienso invadía la habitación, aromatizaba lentamente, la adormecía y la transportaba hacia atrás, hacia deliciosos recuerdos. Se entremezclaba con el olor del café, que a pesar de haber endulzado, se le antojaba amargo.
Quiso desviar el curso de su pensamiento, sin embargo no opuso la debida resistencia y su mente empezó a girar en un túnel de sensaciones plenas, de instantes de éxtasis y de placer, pero también de dolor. Cerró los ojos...

Estaban juntos compartiendo un café y un cigarrillo, abandonados al relax luego del encuentro íntimo, acurrucados y acunados por la lluvia que no cesaba de caer. Ella habría conservado su rictus de satisfacción y bienestar si no hubiera sonado impertinente el celular de Esteban, diluyendo la magia del momento. Si bien ambos habían convenido en no permitir interrupciones externas en esos espaciados encuentros, y aunque ella le decía a Esteban sin palabras que no atendiera, se produjo un quiebre que le hizo anticipar el final ni bien él oprimió la tecla de “aceptar llamada”.

Abrió los ojos. La ceniza hizo equilibrio unos minutos sobre el extremo del incienso, luego cayó deshaciéndose bajo su propio peso, salpicando el platito dispuesto en su base. A esa altura, ya el sopor se había adueñado totalmente de ella, dándole una nueva perspectiva de los acontecimientos.
Pese a eso, no podía dejar de girar hacia atrás mientras sus sensaciones se impregnaban de las cenizas perfumadas que caían, que caían y la hipnotizaban, en tanto que el café se enfriaba, indiferente.


“-Señor, venga urgente para la clínica. Su esposa acaba de tener un accidente”.

El mensaje recibido, que él repetía sin cesar en voz alta, la había dejado estupefacta sobre la cama. Solo atinó a ver cómo él apagaba su cigarrillo y con apuro se ponía el impermeable sin mirarla siquiera. Ella había esperado mucho tiempo un milagro o al menos que Esteban cumpliera su promesa, pero la realidad cayó como un aullido implacable e impiadoso, ensordeciendo el murmullo de la lluvia.

Entonces ella lo supo: Esteban nunca abandonaría a su esposa, hacia quien corría velozmente vestido con las prendas de la culpa, olvidado ya de esa noche de hotel. 

Y allí quedaron el café frío y el incienso despidiendo un humo volátil, pasajero, tan sutil y efímero como ella en la vida de Esteban.





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