jueves, 7 de octubre de 2010

LIBERACIÓN

La cama del hospital se le hacía demasiado incómoda, aunque ya no le dolían tanto los huesos. Le habían acomodado “cada cosa en su lugar”, según dijo el médico, y el escozor que producía el yeso se iba haciendo insoportable.

Trataba de mirar por la ventana buscando una distracción y esperando la llegada del horario de visitas, que consistía en el único momento en que se rompía esa rutina desesperante, en que no tenía que pensar, a falta de emociones más vibrantes.

Un sopor leve y agradable lo fue envolviendo, haciéndole pesar los párpados y provocándole una sensación de levedad. Y su mente se desovilló y comenzó a recordar…

La mañana se anunciaba soleada. En el cielo se recortaban formas diversas, algodonosas, y en el aire se respiraban los aromas de la primavera. Subido a su automóvil, iba por la destrozada carretera hacia el norte, en viaje de negocios.

Su profesión de comerciante le imponía a veces la ventaja de una “escapada” breve pero oxigenante, hacia zonas nuevas y emociones distintas. Pero ese día no estaba satisfecho por la travesía que se avendría. Su depresión empeoraba con los días, y sus ilusiones profusas se habían transformado en desaliento. Viajaba sin percibir los detalles de las cosas, sin deslumbrarse ni sorprenderse, ya que comprobaba que aquello que antes lo deleitaba ya no lo acompañaba. Se habían quebrado sus alas, y sus ilusiones, volado a otros cielos.

Una mañana, hacía pocos días, había recibido una visita inesperada, la visita de una gran amiga, esa mujer que siempre amó en silencio, con quien había imaginado miles de momentos de amor y de pasión, y a quien había intentado conquistar de tantísimas formas. Ella había ido a anunciarle su inminente boda… No pudo escuchar quién sería el afortunado, ni dónde iría a vivir, ni ningún otro detalle siquiera. Con lo que había oído, tenía dolor de sobra…. Con esa noticia, tenía amargura por delante, no sabía por cuánto tiempo…
Ensimismado en estos detalles, descuidó su atención al volante y no tuvo tiempo de frenar. La enorme columna de cemento apareció allí de repente, sin previo aviso, y se ocupó de ayudarlo a apresurar su alivio… pero sin éxito…

 

Ahora estaba inmovilizado, solo, recordando una y otra vez el momento en que su amada le comunicaba su decisión… como si nunca hubiera sabido lo que él sentía… como si fuera su hermana… como si “su felicidad” fuera la felicidad de él…



Miró el reloj, y cuando éste dio las cuatro, entró la mujer por la cual desvariaba, ante quien tartamudeaba al pronunciar su nombre, la mujer de sus sueños, que nunca sería suya… Ella lo abrazó con cuidado, lo miró largamente, sosteniéndole la mano sin yeso, sin esbozar ninguna sílaba, sólo manteniendo fija su mirada sobre la del accidentado, diciéndole con los ojos que sabía lo que él sentía por ella… diciéndole que lo entendía… que lo perdonaba por ese descuido casi fatal… y le dio un beso leve sobre los labios…

Fue recién en ese instante que la perdonó, la liberó, la bendijo y la dejó partir. Un suspiro ocupó la superficie de la sala… una lágrima solitaria se escurrió, perdida entre los pliegues de su cuello… Ella partió, con sus alas a media luz; y él se quedó, con sus propias alas quebradas, pero en paz...

4 comentarios:

Silvia García dijo...

Un poco triste quizás pero bello, me gustó muccho eso de "la perdonó, la liberó"
Muchos éxitos en tu nuevo emprendimiento, sé que será exitoso como seguro ha sido lo que has iniciado hasta ahora.
Que descanses y mucha, mucha suerte.
Te abrazo con amor
Silvia

SUSURU dijo...

Un relato lleno de belleza, aunque el dolor está incluído.
Al leerlo lo sentí como tantas historias de la vida cotidiana.

besazo preciosa.

Catalina Zentner Levin dijo...

Dulce Patricia, sabés cuánto me gustan tus escritos, sinceros y elocuentes.
Te abrazo con mucho cariño,

Mario dijo...

Gracias por este mimo al alma, con la belleza de lo posible. El dejar partir es la grandeza que nos hace humanos.